Érase una vez una pequeña aldea de bárbaros en algún lugar remoto, llamada Econos, donde sus habitantes vivían felices y ajenos a un mal que se les acercaba: la economía.
En esta aldea vivía un cazador llamado Cazadonio, que un día volvía del bosque con unos conejos que había cazado. En su camino de vuelta se encontró con Pescadonio, el pescador de la aldea. Pescadonio le propuso cambiar dos de sus pescados a cambio de un conejo, y Cazadonio aceptó el trato.
Durante varios días, esta escena se repitió todas las tardes, hasta que un día Cazadonio decidió que no aceptaba el trato: estaba harto de tanto pescado. Lo que quería era un poco de verdura, así que acudió a Hortelania, una joven y apuesta dama que cultivaba con cariño un pequeño huerto.
Pero surgió un problema: Hortelania era vegetariana, y aunque tenía lechugas de sobra y no las necesitaba, no quería para nada los conejos de Cazadonio. A unos metros de allí, Mineronio, el minero de la aldea, escuchó la conversación y tuvo una gran idea. Le propuso a Cazadonio cambiar su conejo por dos pepitas de oro que él tenía, y Cazadonio a su vez entregó estas dos pepitas de oro a Hortelania a cambio de dos lechugas, ya que a ella le parecían muy bonitas, y tal vez pudiera cambiarlas por algo que necesitara en un futuro.. En la aldea de los bárbaros acababan de inventar el dinero.
¿Qué han aprendido nuestros bárbaros?
Por una parte, han aprendido que las cosas tienen un precio relativo: un conejo se cambiaba por dos pescados, con lo cual, el precio del pescado es de medio conejo. En este caso, el precio del conejo se mide en relación con el pescado.
Por otra, al inventar el dinero, han aprendido también que las cosas tienen un precio absoluto: un conejo vale dos pepitas de oro, de lo que podemos deducir que un pescado vale una pepita de oro. En este caso, el precio del pescado y el conejo se miden en relación a otro bien: la pepita de oro.
Próximamente: La oferta y la demanda.
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